Daily Devotional



Renovar la mente      OCTUBRE 10

Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto. Romanos 12.2 (LBLA)


A. W. Tozer escribe de la mente: «Lo que ocupa nuestros pensamientos cuando tenemos tiempo para pensar en lo que queramos -eso es lo que somos o lo que pronto seremos. Nuestros pensamientos no solamente revelan lo que somos, sino que predicen la clase de personas que llegaremos a ser».

La mayoría de nosotros no tenemos idea de cuán profundamente afectan a nuestras vidas los pensamientos que ocupan nuestra mente. La Palabra, sin embargo, nos advierte que la renovación de la mente es una de las claves para la vida transformada. Debemos, por lo tanto, prestar mucha atención a este tema si es que aspiramos a una vida que se nutre, cada día más, de la Palabra.

Nuestras acciones no son espontáneas, aunque a veces nos valemos de la frase «lo hice sin pensar en lo que estaba haciendo» para explicar el por qué de ciertos acontecimientos. La verdad es que toda acción es el fruto de un pensamiento, aun cuando no hayamos tomado conciencia de que ese pensamiento se había formado en nosotros. Jesús señaló este principio cuando, en el Sermón del Monte, mostró que el juicio de Dios no vendrá sobre nuestras acciones, sino sobre los pensamientos que los engendraron. Por esta razón, el verdadero pecado de adulterio comienza con la persona que codició la mujer de su prójimo en lo secreto de su mente. El pecado del asesinato comienza cuando, en los pensamientos, calificamos a una persona de estúpida o idiota. Eventualmente, si no son cambiados esos pensamientos generarán actos que expresan lo que ha ocupado durante largo tiempo nuestra mente.

En el texto de hoy el apóstol Pablo nos exhorta a resistirnos a este mundo. La lucha, no obstante, no se realiza con acciones tan sencillas como las de no bailar o no fumar. El mundo pretende moldearnos a la cultura predominante de estos tiempos. Uno de los medios principales que utiliza es la infinidad de mensajes que nos «vende» el presente sistema perverso en el cual estamos inmersos. A veces esos mensajes son abiertos y fáciles de detectar. En la mayoría de los casos, sin embargo, están escondidos sutilmente en cosas que juzgaríamos como inofensivas.

Por esta razón el creyente tiene la obligación de trabajar en la renovación de su mente. Esta renovación se logra de dos maneras. En primer lugar, debemos identificar los pensamientos que no son dignos del Señor y llevarlos cautivos a la obediencia a Cristo (2 Co 10.5). Esto significa desecharlos. La mente, no obstante, no opera en vacío. El espacio que dejó ese pensamiento descartado debe ser llenado con otro pensamiento, si es que no queremos reincidir en el pensamiento pecaminoso. Es allí donde ocupamos la mente con la Verdad de Dios. Es este proceso el que llamamos «meditar» en la Palabra. Debemos alimentar la mente con pensamientos que produzcan una transformación en nuestro carácter.



Para pensar:

«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Flp 4.8).



Christopher Shaw, Alza tus ojos, (San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional, 2005).



Interpretaciones dudosas Junio 4

Entonces dijo Isaías a Ezequías: Oye palabra de Jehová de los ejércitos: «He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, lo que tus padres han atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová. De tus hijos que saldrán de ti y que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia». Y dijo Ezequías a Isaías: La palabra de Jehová que has hablado es buena. Y añadió: A lo menos, haya paz y seguridad en mis días. Isaías 39.5–8

Existen dos desafíos puntuales que nos enfrentan en relación a la Palabra de Dios. El primero de ellos es recibirla. Pareciera que mencionarlo es innecesario, pues esta necesidad es bien obvia y evidente para todos los que desean caminar en rectitud delante de él. No obstante, existe una gran diferencia entre entender que necesitamos su Palabra y experimentar día a día que el Señor le habla a nuestra vida.

El desafío de recibir la Palabra es grande porque todos nosotros estamos ocupados e inmersos en nuestras actividades cotidianas. Para que él nos hable, es necesario que cese -aunque no sea más que por un momento- el bullicio y el movimiento de nuestras vidas. Es difícil hablarle a quien está concentrado en otras cosas. Pero aun cuando cesan nuestras actividades, no tenemos garantía de nuestra capacidad de escucharlo. En nuestro interior también existe un incesante movimiento de las muchas cosas que estimulan nuestros pensamientos y alimentan nuestra preocupación. Por eso es imprescindible que adquiramos la disciplina de aquietar nuestros espíritus. El silencio y el oído atento son condiciones indispensables para poder escuchar al Señor.

Si logramos acallar nuestra alma para recibir con mansedumbre la Palabra habremos ganado la mitad de la batalla. Ahora se nos presenta un nuevo desafío: entender qué significa lo que hemos escuchado. Y es aquí donde frecuentemente nos desviamos de la verdad, pues le damos a la Palabra una interpretación enteramente favorable a nuestra situación personal. El deseo de escuchar del Señor sólo lo que es dulce a nuestros oídos es fuerte en cada uno de nosotros. Las interpretaciones convenientes le salvarán a nuestro espíritu esos momentos de incomodidad cuando la Palabra penetra hasta las profundidades del ser.

Ninguno de nosotros hemos tenido la bendición de que un profeta de la estatura de Isaías venga a proclamarnos la Palabra de Dios. El rey Ezequías, un hombre temeroso de Dios, tuvo este privilegio. Por medio del profeta le fue anunciado que todas sus posesiones, junto a sus hijos, serían llevados a Babilonia. Para un rey sumamente preocupado por las crecientes hostilidades con Asiria, esto sonaba a una alianza estratégica con el país que mejor los podía proteger. Se abrazó a la Palabra y dijo con alegría: «¡esta Palabra es buena!»

¡Qué equivocado estaba en su interpretación! El mensaje del profeta no anunciaba otra cosa que la destrucción de Jerusalén y el cautiverio para el pueblo de Israel. La lección, para nosotros, es clara. Seamos precavidos a la hora de proclamar el significado de su Palabra.

Para pensar:

El problema principal en la interpretación es creer que hay una sola interpretación posible de lo que se ha dicho. Tenga cuidado con esas interpretaciones en las que todo es acomodado a la conveniencia del intérprete. La palabra de Dios usualmente nos incomoda.


 

Christopher Shaw, Alza tus ojos, (San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional, 2005).